lunes, 25 de junio de 2012

Quizá algún día puedo volver a verlo#

Creo firmemente que está ahí en alguna parte, casi invisible, tímido, escondido sin decidirse del todo a dejarse ver por los ojos jadeantes que esperan algo que creen ser los únicos en poder ver.
Camina por ahí sin pausa y sin prisa, no tiene ningún mapa ni un recorrido fijo que seguir actúa a su caprichoso antojo, empeñado en dejar una huella casi imposible de borrar allá por donde va, siempre emitiendo una luz demasiado tenue para apreciarse tanto por los ojos que prefieren mirarse a si mismos reflejados en un cristal como por los que buscan otros para caer bajo su bello y trágico embrujo.
Algunos dudan de su existencia o directamente la niegan sin temor a caer en ese pozo sin fondo y oscuro  al que la gente suele llamar la soledad.
A estas alturas de la vida no se que creer, quizá realmente esté ahí, como muchos afirman con una sonrisa melancólica, o quizá no sea más que una ilusión, un espejismo producido por una sed inagotable, del que miró al cielo y creyó ver en las estrellas algo más que puntos de luces inextinguibles, por que se negaba a aceptar que al llegar el día desaparecerían.
Creo que una vez lo sentí, lo rocé con las yemas de los dedos de mi mano izquierda, casi no me dio tiempo a aspirar su inconfundible aroma, ni de contemplar su espléndida luz. Puede que no fuera realmente él, solo se que vi y sentí algo, que dejó un intenso e insaciable anhelo de felicidad, caricias y palabras susurradas al oído a la luz de la luna en una noche en la que no se deja ver, algo que al irse no puede más que dejar un profundo vacío que no se puede llenar.
Lo espero, aquí, con los brazos abiertos y los ojos empapados en lágrimas cristalinas.
Quiero creer que algún día volverá a por mi, que me despertará a las tres de la mañana tirando piedras a mi ventana, me llevará lejos, a lugares inimaginable, que me encontrará por muy perdido que esté por mucho que el escondite siga siendo su juego preferido y por mucho que solo sea capaz de gritar que ya he renunciado a él y la posibilidad de que un día se deje caer por aquí. Yo se que al él le gusta ponerse cascos en los orejas y vendas en los ojos, por eso se equivoca tanto y tarda en llegar y por eso se que sabrá perdonarme esta falta de fe en él.
Sigo aquí, aún aguardando algo que quizá ni siquiera exista, quizá porque me niego a aceptar que ya no lo voy a encontrar nunca.