jueves, 10 de septiembre de 2015

Cuatro.

Querido Nic:

Nada está saliendo exactamente como lo planeamos. Tendré que acostumbrarme a escribirte más a menudo. Será como si hubiéramos retrocedido treinta años. Convertiremos la instantaneidad en espera, las discusiones en discursos, los diálogos en descripciones.

Ahora sí que la hemos jodido bien. El olvido y la distancia nos acechan. Puedo oírles, como un silbido minucioso que presagia el invierno. ¿Podremos burlarlos, Nic? ¿Realmente te consideras más rápido que el viento? ¿Crees que puedes cambiar lo inevitable? ¿Te ves capaz de reescribir la historia que otro ideó? No somos sino títeres movidos por unas manos escondidas en las sombras.

Puedo verlo, Nicolás Escofet, estoy presenciando la escena desde los bastidores. Tú estás otra vez apoyado en la ventana fumando Gitanés, como siempre, buscando una señal, quejándote del dolor de oído, que con los días se hace cada vez más y más insoportable. Te preguntas si realmente es posible que algo vaya a peor. 

Yo estoy sentada en un pupitre grabado con mis iniciales. Escucho baladas de Green Day, como siempre. Estoy sola en un aula vacía, esperando. Me encuentro rodeada por vestigios de eternidad. Mis ojos rezuman un atisbo de desconsuelo, mis lágrimas dilapidan la culpa.

Al final, los dos estamos donde empezamos. O peor.

Desolador, más que un día sin amanecer, más que una noche sin madrugada. Hace que quieras temblar. Yo, al menos, tengo miedo, aunque no sé exactamente de qué. 

¿A qué teme el señor inspector? No hace mucho creí que la reciprocidad te asustaba, hoy no estoy segura. Sigo sin poder descifrar la verdad oculta tras tus canas. Nicolás Escofet de Paul siempre se caracterizó por su comportamiento insanamente correcto. Sin embargo, a las heridas parece no importarle. Ellas siguen sangrando, y están agotando su existencia.

¿Crees en la responsabilidad? ¿O tal vez es la culpabilidad con lo que eres incapaz de lidiar? Quizá tampoco te apetezca demasiado levantarte una mañana y descubrir que no hay nadie que duerma sobre tu hombro, ni nadie al otro lado de la ciudad esperando noticias sobre ti.

¿Duermes mucho, Nic? Yo he perdido la cuenta de las horas de insomnio. Respiro en el aire una y otra vez y tengo la sensación de que empiezo a perder la consciencia. Tengo un nudo en el estómago. Se acercan malos presagios. Los buenos tiempos acabaron. Al final, la presión pudo con nosotros. Al final, consiguieron derribarnos. O quizá no.

¿Tú qué crees? ¿Merece la pena intentarlo? Es muy posible que esto no sea más que otra quimera nacida de la desesperación. ¿Estás dispuesto a correr el riesgo? 

Quiero pensar que ambos lo estamos, aunque todo cambie, aunque hayan cerrado los cafés y se hayan agotado las horas libres. Incluso aunque la única opción sea luchar en primera línea de guerra, en pleno territorio comanche. 

Yo estoy dispuesta a creer, y creo en todas aquellas cosas que callamos por miedo.

Solo los cobardes se quedan inmóviles mientras ven cómo aquello que aprecian muere lentamente.

¿Piensas a menudo en la muerte, Joel? Ya sé que sí. Todo lo bueno dentro de ti se está desvaneciendo en la niebla. Y todo lo negro se está filtrando sin remedio.
¿Por qué no mejor pensar en la vida, Nic? ¿De verdad prefieres mantener cerca una figura encapuchada? Siempre quise para ti algo mejor. ¿Por qué no emerger de tu crisálida en lugar de perecer en una metamorfosis fallida?

Eso ya no depende de mí. Por desgracia, tu condición de literario ha expirado, solo queda una oscura realidad. 

Demasiados interrogantes y demasiadas respuestas perdidas. ¡Qué asco! Hay tantas cosas que me gustaría poder decirte, no sé si me dará tiempo. Es difícil renunciar a los malos hábitos cuando llevas toda tu vida huyendo. Ahora me persigue la palabra dependencia. Me pisa los talones, está desesperada por cobrar sentido. 

No sé qué hacer, para qué mentir. Me estoy quedando sin recursos, mi léxico empobrece por momentos. De repente, las epístolas no me suenan tan mal.

¿Se acabó?

El tiempo lo dirá.


Hasta pronto, Nic.