No creía en el amor a primera vista y se negaba a creer que ese fuera el motivo por el que inconscientemente sus solitarios paseos al anochecer vigilados por la luna acabaran siempre allí.
Simplemente necesitaba volver a verla aunque nunca busco ni encontró respuesta al porqué de aquello.
Todos los días esperaba frente a la puerta, fumando cigarrillos mentolados bajo la lluvia, con las calcetines mojados y las gafas empañadas en gotas de lluvia entre las que se colaba alguna que otra lágrima despistada, y se iba con el corazón y la esperanza inundada, tras otra tarde perdida frente a una puerta que siempre estuvo cerrada para él.
una vez creyó verla al final de la calle, oyó perfectamente como pronunciaba su nombre con su cálida y dulce voz, pero cuando corrió a buscarla ella ya se había ido.
Quizá fue entonces cuando comprendió que nunca la volvería a ver, que había cometido el gran error de enamorarse de algo que quizá ni siquiera había llegado a existir fuera de su cabeza y que aún así todas las tardes acabaría esperándola en aquel lugar mojándose los zapatos bajo la lluvia, empapándose en una causa perdida y enamorado de lo imposible.
Efectivamente todos los días regresó a esperarla durante un rato preguntándose a dónde y por qué se había ido.
Efectivamente todos los días regresó a esperarla durante un rato preguntándose a dónde y por qué se había ido.