Debería habértelo dicho, lo admito. Hasta yo supe
reconocer las señales: era el lugar y la ocasión, incluso me atrevería a decir que
estábamos enmarcados en el contexto adecuado.
A pesar de creerte lejano, te
sentí más cerca que nunca. Aquellas palabras que durante tanto tiempo habían
estado danzando por mi mente hicieron vibrar el ápice de mi lengua. Pero nada.
Ni siquiera un ligero atisbo de sensibilidad por mi parte. Y no sé qué fue más
terrorífico, si la incertidumbre que me produjo el no saber si volvería a tener
alguna oportunidad como aquella para dejarme vencer, una vez más, por la cobardía,
o la certeza de que pudiste entender mi silencio a la perfección.
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